jueves, 14 de octubre de 2010






LA VUELTA AL HOGAR




Todo está como era entonces:
la casa, la calle, el río,
los árboles con sus hojas
y las ramas con sus nidos.

Todo está, nada ha cambiado,
el horizonte es el mismo;
lo que dicen esas brisas
¡ya otras veces me lo han dicho!

Ondas, aves y murmullos
son mis viejos conocidos,
confidentes del secreto
de mis primeros suspiros.

Bajo aquel sauce que moja
sus cabellera en el río,
largas horas he pasado
a solas con mis delirios.

Las hojas de esas achiras
eran el tosco abanico
que refrescaba mi frente
y humedecía mis rizos.

Un viejo tronco de ceibo
me daba sombra y abrigo,
un ceibo que desgajaron
los huracanes de estío.

Piadosa una enredadera
de perfumados racimos,
lo adornaba con sus flores
de pétalos amarillos.

El ceibo estaba orgulloso
con su brillante atavío,
era un collar de topacios
ceñido al cuello de un indio.

Todos aquí me confiaban
sus penas y sus delirios;
con sus suspiros las hojas,
con sus murmullos el río.

¿Qué triste estaba la tarde
la última vez que nos vimos!
Tan sólo cantaba un ave
en el ramaje florido.

Era un zorzal que entonaba
sus más dulcísimos himnos,
¡pobre zorzal que venía
a despedir a un amigo!

Era el canto de las selvas,
la imagen de mi destino,
viajero de los espacios,
siempre amante y fugitivo.

-¡Adíos! - parecían decirme
sus melancólicos trinos.
¡Adíos, hermano en los sueños!
¡Adíos, inocente niño!

¡Yo estaba triste, muy triste!
El cielo oscuro y sombrío,
los juncos y las achiras
se quejaban al oírlo.

Han pasado muchos años
desde aquel día tristísimo;
¡muchos sauces han tronchado
los huracanes bravíos!

Hoy vuelve el niño hecho hombre,
no ya contento y tranquilo,
con arrugas en la frente
¡y el cabello emblanquecido!
Aquella alma limpia y pura
como un raudal cristalino
es una tumba que tiene
la lobreguez del abismo.

Aquel corazón tan noble,
tan ardoroso y altivo,
que hallaba el mundo pequeño
a sus gigantes designios.

¡Es hoy un hueco poblado
de sombras que no hacen ruido!
¡Sombras de sueños dispersos
como neblina de estío!

¡Ah!, todo está como entonces,
los sauces, el cielo, el río,
las olas - hojas de plata
del árbol del infinito.

Sólo el niño se ha vuelto hombre,
y el hombre tanto ha sufrido,
que apenas trae en el alma
la soledad del vacío.

Olegario Victor Andrade (1841-1881)
"Entre Ríos Cantada" - 1955 -
de: Luis Alberto Ruiz -