martes, 20 de octubre de 2009

CAMPO

(VI)
...

Quien nace aquí recibe de la tierra
el bien de una bondad que no se iguala:
como en un generoso entregamiento
la avena espiga, el manantial abraza,
se afelpa el trébol, la estación madura,
el viento sopla un aire de chicharras,
y el corazón es lámpara encendida
y es encendido el canto que se canta
aun perdida la próxima cosecha
y aun perdida la última esperanza!

Esta vida de amor, que es la que vivo,
no es sino una expresión de tierra santa:
aran en mí, siembran en mí, rastrillan
en mí, y en mí cosechan y en mí emparvan.

Yo soy el campo. Y como el campo vuelvo
a la ciudad por esta calle larga
que prefiere la flor del duraznero
y el olor y el color de las naranjas,
con el motril que refrescó las siestas,
con el marucho que anudó distancias,
con el pastor que fatigó caminos
con el boyero que rompió las albas;

Y vuelvo con el pasto y la sandía,
con el trigo, el maíz y la cebada
que hacen el pan de la honradez y ponen
las manos juntas en acción de gracias
por tanto llanto, y tanta sangre y tanto
sudor caídos en la melga parda.

Y a la ciudad me adentro, enamorado,
con la canción rural de las calandrias!

Gaspar L. Benavento
"La de las siete colinas"
Colecc. Homeanjes
Editorial E. Ríos

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